Viajo, luego existo.

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Lago Tekapo, Moeraki Boulders y Christchurch

La mañana del 15 de febrero amanecimos congelados. Las mantas que nos dieron con la camper no calentaban mucho, y por mucho que nos pegamos durmiendo, nos levantamos con frío en el cuerpo y con sensación de haber dormido mal.

Lago Tekapo

Fuimos en coche hasta el pueblo de Tekapo a tomar un cafecito y entrar en calor y decidimos recorrer el lago Tekapo haciendo una ruta (para variar... ¡creo que no hemos caminado tanto en nuestra vida como en Nueva Zelanda!).

La ruta que escogimos se llama Mount John Walkway, la más larga que puedes hacer por la zona. Son 3 horas y media de trekking, yendo por un sendero que sube hasta el observatorio del Mount John y volviendo bordeando el lago Tekapo para tener unas vistas escénicas de 360 grados del mismo.

Para mi gusto, es súper recomendable. Ese día hacía calor, pero como el monte John está a 1031 metros de altura corre vientecito y se está muy bien. Nosotros no estuvimos en el observatorio, pero creemos que si te gusta el mundillo vale realmente la pena, pues es el observatorio que se encuentra lo más al sur posible del planeta, no hay nada de contaminación lumínica y el lugar se caracteriza por tener un mayor porcentaje de cielo despejado.

Después de pegarnos una comilona a base de ensalada de pasta, que después de hacer hambre con el trekking nos sentó de maravilla, nos pusimos rumbo a la costa este de Nueza Zelanda, y aquí tuvimos uno de los pinchazos más grandes de todo el país y posiblemente de todo el viaje.

Nos sobraba un día hasta nuestro siguiente vuelo, y teníamos varias opciones para ver en Nueva Zelanda. Yo había mirando por internet los Moeraki Boulders y convencí a Marcio para ir. Nos quedaba bastante lejos de donde estábamos, como unas 4 horas sólo ida, y 8 horas con nuestra camper implicaba mucha pasta en gasolina, pero decidimos bajar y verlo, las fotos en internet prometían mucho.

Moeraki Boulders

Son unas piedras enormes compleamente esféricas puestas como por descuido en la orilla del mar. Algunas son altas, algo menos de 2 metros de altura, y pesan varias toneladas. La leyenda maorí cree que son los restos de la canoa Araiteuru que naufragó en Nueva Zelanda. Los científicos en cambio aseguran que son formaciones de calcita y que tienen 65 millones de años de antigüedad, ¿una locura verdad?

El camino en coche hasta las Moeraki Boulders no tiene nada de especial, a destacar sólo el pueblo de Oamaru que tenía muy buena pinta y creo que sería una buena opción para estar un par de días y conocerlo con calma, y también la gran cantidad de animales que ves en la carretera y que es una constante en todo el país.

Una vez llegas al aparcamiento, el camino hasta allí son 15 minutos a lo sumo. Mi opinión sobre las Moeraki Boulders es que se han pasado retocando las fotos en internet. Si lo buscáis con google images flipáis de verdad, parecen sacadas de otro planeta. La realidad... bueno, no está mal. No es que sea feo, esa conclusión sería demasiado dura, pero suele haber bastante gente y eso impide hacer fotos decentes, varios retrasados se han dedicado a estampar su firma en ellas con lo cual pierde todo su encanto, y la verdad es que pegarse 4 horas de pateo en coche para verlas, es demasiado. Si pasas por allí y tienes tiempo, quizá está bien, pero de la manera que lo hicimos nosotros, fue una pérdida de tiempo.

Con ese regustito amargo que nos dejaron 'las piedras' nos fuimos a Shag Point, que se encuentra a sólo 15 minutos en coche de las Moeraki Boulders, y que habíamos leído que al atardecer se podían ver los pingüinos yellow-eyed, que están en peligro de extinción, considerada la más rara del mundo y que sólo habita en Nueva Zelanda.

Pues bien, nos presentamos allí con la intención de ver por primera vez en nuestras vidas a pingüinos campando a sus anchas, y cuando llegamos nos encontramos a un hombre que nos dice que hemos llegado muy pronto, serían sobre las 5, y al estar todavía en verano en Nueva Zelanda (que oscurece muy tarde) hasta las 7 no solían salir. Además nos advierte, que hace mucho tiempo que no los ven a los pocos que habían y que si queríamos ver pingüinos (aunque otra especie), que nos fuéramos a Kaitiki Point, un faro cerca de Shag Point donde era muy común verlos.

Con el cuerpo un poco descompuesto por las novedades, nos vamos hasta el faro, y vemos subir a varias parejas de turistas, que nos comentan entusiasmados que han visto pingüinos. Dios! Qué bien! Pues justo cuando empezamos a bajar las escaleras del faro para ir a verlos, sube una señora con candados cerrando el camino y diciendo que cierran a las 17.30h, que volviéramos al día siguiente. Se la chupó un pie que le contáramos por activa y por pasiva que nos era imposible porque nos teníamos que ir en avión, así que nos quedamos con las ganas de verlos. Tal era nuestra frustración que volvimos a Shag Point por si se obraba un milagro y los pingüinos que hacía tiempo que no pasaban por allí, decidían hacer acto de presencia y arreglarnos el día, pero no tuvimos suerte tampoco, y después de esperar más de 1 hora y media lo máximo que vimos fueron lobos marinos.

Definitivamente, creo que hay alternativas mucho mejores en Nueva Zelanda, y nos dio mucha rabia haber 'perdido' un día, está claro que viajar también tiene sus momentos malos y sin duda este fue uno de ellos.

Con toda nuestra pena, decidimos dormir en Herbert Forest Camping Ground, un camping precioso, con mucho sitio para acampar, unos lavabos súper limpios y una cocina cerrada donde poder resguardarte del frío. Son 10 NZD por persona, que no es barato precisamente, pero creo que los servicios que ofrecen valen mucho la pena. Dormimos muy bien, y al día siguiente nos acompañó durante el desayuno el perro de la dueña con el que estuvimos jugando, bueno más bien Marcio, porque el cabrón sólo le devolvía la piedra a él aunque se la tirara yo.

Después de desayunar, teníamos que deshacer el camino recorrido el día anterior y volver a comernos casi 5 horas de coche y dormir de camino a Christchurch. Cuando pensábamos que el fail de haber bajado tanto, para ver 4 piedras mal puestas en la playa no podía ser peor... pam! Sirenas de policía obligándonos a parar la furgo. Marcio iba conduciendo y nos damos cuenta antes de frenar que superábamos los 100km/h (el máximo permitido en Nueva Zelanda).

Se acerca el policía super enfadado, le faltó darnos un bofetón. Nos cuenta, muy muy indignado, que íbamos a 125km/h, que el máximo era 100km/h, que cada día tenía que recoger a turistas muertos de la carretera por no respetar las normas de circulación, que lo hacían por seguridad nuestra, bla, bla, bla. Yo la verdad que estaba flipando un poco, el poli se lo había tomado muy a pecho y nos estabamos sintiendo muy malotes por haber ido sólo 25km por encima de lo permitido. 

Después del sermón, nos pide los papeles del coche y el carnet internacional del conductor (Marcio), se va a su coche, se demora unos minutos, y vuelve con una recetita. Casi nos da un pasmo, la gracia ascendía a 240 NZD. Tengo que reconocerlo, a Marcio y a mi se nos cayó alguna lagrimilla delante del poli, ya no tanto por hacerle chantaje emocional, sino porque no dábamos crédito, definitivamente nos estaban desplumando en Nueva Zelanda y estábamos jodiendo nuestro presupuesto muy mucho.

Preguntamos si hay, como en Barcelona, descuento si lo pagas en X días. Un mojón. Preguntamos entonces qué pasa si no lo pagamos y nos dice que hay dos opciones: la primera que no nos dejen salir del país y en el aeropuerto la poli nos obligue a pagar si queremos montarnos en un avión, y la segunda es que, en caso de que nos dejen salir, no podríamos volver a pisar Nueva Zelanda hasta que no paguemos nuestras deudas.

Imaginad por un segundo nuestra cara. La verdad es que el hombre tenía razón, nos habíamos pasado de la velocidad y esa era la multa que nos correspondía. Pero se habían pasado, era demasiado. Le pregunto a Marcio qué quiere hacer (a fin de cuentas, él era el que dió su carnet y el que corría el riesgo de no poder volver a entrar) y decidimos no pagar la multa y jugárnosla. Si creíamos que no podía ser más cagada nuestra bajada a buscar los pingüinos, estábamos muy equivocados.

Con el humor y el ánimo por los suelos, nuestra siguiente parada fue Ashburton, un pueblo pequeño pero con encanto, y después de preguntar en el i-Site del pueblo decidimos pasear por el parque y visitar las Sharplin Falls, situadas un poco al norte, a las cuales se acceden a través de un trekking de 45 minutos muy agradable. Después, fuimos a dormir a un camping gratuito del DOC, llamado Coes Ford, y con unos baños nuevos bastante limpios. Además, al estar tan cerca de Christchurch, que es donde muchos devuelven la furgo, la gente deja en una zona resguardada toda la comida que le sobra, especies, leche, pasta, y hasta chaquetas y bambas, y puedes encontrar cosas guais.

Christchurch

Chrischurch fue nuestro último destino en la isla sur de Nueva Zelanda. Desde aquí salía nuestro vuelo hacia la isla norte, y aunque la gente no valora muy bien esta ciudad, queríamos darle un voto de confianza. Así pues, después de pasar nuestra última noche en furgo, pasamos por un i-Site para informarnos de qué podíamos hacer en las pocas horas que teníamos libres.

Posiblemente lo que más impresiona de Christchurch son los efectos de las catástrofes que sufrió. A las 4.35 de la madrugada del 4 de septiembre de 2010, sufrió un terremoto de 7.1 grados que a pesar de no haber causado muertes, causó destrozos valorados en más de 2 mil millones de NZD. El 22 de febrero de 2011, otro terremoto de 6,3 grados volvió a sacudir la ciudad, esta vez murieron 181 personas en lo que sería uno de los peores desastres naturales del país.

Todavía conservan muchos edificios a medio derruir (la catedral en concreto es la que más impresiona) en recuerdo a los terremotos, y un monumento en honor a las víctimas muertas; 181 sillas blancas, de todos los tamaños. Emocionante. Además de eso, estuvimos en los jardines botánicos (un paseo muy recomendable) y disfrutando del arte callejero que invade cada rincón de la ciudad.

Con ese broche final a nuestra visita por la isla sur de Nueva Zelanda, devolvimos la furgoneta (nos devolvieron 60 eurillos por el follón de la puerta trasera) y cogimos un vuelo hacia la isla norte.

Próximo post Wellington, la ciudad del viento.


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